A Luis de Lion le gustaban las listas

9 mayo, 2018 Artículos

Si usted alguna vez se vio atrapado en una lectura de poesía, quizá le tocó escuchar uno de esos infames poemas-lista que abundan en ciertos círculos literarios. Algunos autores le dirán que están usando el asíndeton, una enumeración sin conjunciones, que resulta en algo parecido a esto: Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios, oscuridad, desesperación, lluvia (para mayor efecto dramático al estilo de poeta conceptual, le recomiendo que lo lea parado sobre una mesa, casi a gritos, haciendo una pausa dramática antes de la última palabra e intercalando ruidos guturales esporádicos). Y bueno, al final uno queda sin ganas de toparse con una lista por el resto de su vida o, lo que es peor, cree que toda la poesía es eso.

Por fortuna la poesía no son listas, no todos los escritores abusan de las enumeraciones y existen obras que hacen un uso magistral de esta figura de pensamiento, tal es el caso de Luis de Lión, en El tiempo principia en Xibalbá. En esta novela breve, con pocos personajes y que transcurre en un tiempo corto, el autor se sirve de relaciones dicotómicas para presentarnos a los personajes y el contexto de su historia, y usa una gran cantidad de listas dentro de la narración.

En la obra, las enumeraciones tienen un sentido distinto, según el punto de vista en el que se enfoque la narración. Así, cuando Concha decide hacer la lista de los hombres con los que se acostó, repasa cada casa del pueblo y los anota uno a uno, con nombre y apellido o con su apodo cuando no recuerda el apellido. Ella está viviendo un momento de introspección y está a punto de tomar una decisión; ella es la que está evaluando al pueblo y puede nombrar a cada uno de esos hombres. En otro momento de la historia nos topamos con otro tipo de lista, como cuando llega la noche en que de todos los árboles vuelan todos los pájaros –xaras, zanates, clarineros, guardabarrancas, cenzontles, espumuyes, chipes– para ver lo que pasa en la casa blanca, en realidad los que lo ven todo son los ojos del colectivo. Lo mismo pasa cuando las mujeres madres maduras, madres jóvenes, madres abuelas y solteras– le hicieron la señal de la cruz.

De esta forma la enumeración deja de tener el simple carácter de recuento y cobra un sentido más completo. Sin ellas, el autor hubiera tenido que describir durante más páginas cómo era vivir en un pueblo chico donde todo se sabe y todos te juzgan; y, sin duda, la novela hubiera perdido mucho de la fluidez narrativa que la caracteriza.