Una pequeña herida en el índice de mi mano derecha me recuerda la factibilidad del dolor en un momento cualquiera del día. Supongo que es una suerte que algunas cosas compensen ese hecho posible. El té que se enfría lentamente en un vaso de cartón, el aire que me pega en la nuca y me lleva a esperar días de viento y barriletes. Mis uñas vuelven a estar de su color natural y tengo ganas de escribir de nuevo, a pesar de la inminencia del dolor, de la certeza de las cosas que terminan sin la certeza de las que vendrán. El té también me deja un resto de sabor amargo en la boca.