De adentro hacia afuera

20 agosto, 2013 del día

Empecé a escribir a mediados de los 90, cuando las canciones Laura Pausini y de de la Shakira de pelo oscuro estaban de moda. De ese tiempo par acá me enamoré de un pintor, de un par de poetas que no creo que me hayan inmortalizado en alguna obra maestra, pero que me dieron algunas de las características de quien ahora es la configuración de mi sujeto poético, ese a quien le escribo y a quien le dedico toda mi nostalgia. De ese tiempo para acá ya me tocó lidiar con la crítica que me decía que para poemas de aire inconcluso ya teníamos a Vallejo, que para poetas precoces ya teníamos a Rimbaud. Con aquella otra crítica que me aseguró que en unos años la frescura de mi juventud habría desaparecido y que esas manos que escribían poemas estarían cambiando pañales. Jamás me acosté con ningún editor, pero hice el intento de publicar mis libros de manera artesanal e independiente. Logré que algunos de mis textos aparecieran en revistas, en antologías. Ahora tengo un par de libros que dejé que esperaran el momento correcto para publicarse porque soy más autocrítica de lo que fui y no quería más de esas publicaciones inmaduras, de juventud, que hasta dan un poco de pena con el pasar de los años. Ya lloré por haber perdido un concurso de cuento; por supuesto, después de leer el cuento ganador y no entender qué lo hacía mejor que el mío. En este tiempo ya perdí algunos amigos, ya me enamoré y desenamoré. Ya aprendí a vivir con la sensación de que escribo para niñas de 17 años, porque quizás no he agotado el desencanto que uno puede tener a los 17, que fue lo que me impulsó a escribir en primer lugar. Ahora leo para vivir, literalmente. Llegué a la conclusión de que sigo escribiendo porque aún tengo una historia que contar, una que jamás leí, que nadie ha leído. Mientras amarro las palabras y hago la transición entre la poesía y la prosa, sigo leyendo, buscando partes de mí en lo que leo. No me gustan las clasificaciones que unen grupos porque ciertos individuos comparten edad, sexo, ubicación geográfica. Así que no estoy junto a las “Literatas que dan lata” solo porque incidentalmente somos mujeres, sino porque encuentro que quienes se han involucrado en el grupo son escritoras que se toman en serio su trabajo, porque comparten mi búsqueda de las palabras precisas para lo que quieren contar. Cuando uno escribe, elige una pequeña parte de la realidad que quiere atrapar y explorar. Muchas mujeres escriben sobre mujeres y sus relaciones, sobre su propio mundo, porque es lo que mejor conocen, pero ello no es lo único sobre lo que saben hablar. Yo sé que mucho de lo que escribo es una amplia descripción de la pelusa de mi ombligo. Sin embargo, mi búsqueda no se reduce a esa catarsis. ¿Cuál creo que es el papel de la mujer en la literatura? Si es escritora, es el papel de quien escribe, de quien tiene que decidir qué quiere contar y cómo quiere contarlo. Si es lectora, ella es lo que lee. Si es personaje, puede ser una heroína o una caricatura, pero eso no depende de ella, depende de quien cuenta la historia. ¿Qué espero de las escritoras? Lo mismo que espero de los escritores, que me cuenten una buena historia. No le pido a ellas que me hablen de menstruación y maternidad porque son mujeres, tampoco le pido a ellos que me hablen de sexo, drogas y carros porque son hombres. Les pido que me muestren el mundo que construyeron para mí y que ese mundo sea verosímil. No puedo hacer nada respecto a las lecturas con las que crecí, no puedo cambiar que solo leyéramos a autores o que no me hablaran de los libros que escribían ellas, que ellas son muy pocas, que nadie les da su lugar, que si tuvieron que luchar y conformarse con las migajas de la historia, que si su voz se perdió criando niños y qué lástima y cuánto talento perdido. En todo caso, puedo hacer algo para el futuro, darle a mis alumnos cuentos de Miranda July, Flannery O’connor, Patricia Highsmith o de Clarice Lispector. No busco reivindicarlas por ser mujeres, solo creo que son buenas escritoras y por ello merecen que sus cuentos sean leídos, así como me gusta que lean, porque son buenos escritores, a Tobias Wolff, a Julio Cortázar o a Severo Sarduy. A final de cuentas, después de media vida de dedicarme a escribir y algo más de dedicarme a leer, solo espero buenas historias para llenar mi mundo, para tener de qué hablar, para seguir haciéndole publicidad a la buena literatura, para vivir mi vida y todas esas otras vidas.