Anoche sentí, como no las sentía desde hace mucho, unas ganas terribles de besarte. Era noche cerrada, más por lo oscuro del camino que por la ausencia de luna. Salí de la oficina y caminé al parqueo con la absurda ilusión de encontrarte a medio camino y besarte larga, pausadamente, como si llevara El principito bajo el brazo para regalártelo, como si mis ganas bastaran para materializarte de pronto. En esas noches llego al punto en que podría abandonarlo todo y empezar de cero, en que nada importa demasiado. Pasa que aquellos que hemos estado solos mucho tiempo inventamos juegos, acertijos que solo nosotros comprendemos, que solo a nosotros importan.
La noche deja residuos en todas mis mañanas, la última vez me tardé 25 años para largarme, quien sabe, con esta certeza de no tener nada todo puede ser más rápido.