Hay días en que me dan unas repentinas ganas de llorar; una especie de bajón que me lleva al subsuelo, debajo de las piedras y los murmullos. Puede ser por qué me di cuenta que mi reloj está dos días tarde, por la certeza de lo perdido, por aquellos días en que podía darme el lujo de creer. También está el asunto de la distancia, de los besos que ya no di, de los que no quiero dar.
La soledad me la busqué con demasiado énfasis, hay que tener cuidado con lo que se desea. Es una lástima que la salvación no venga en gotero, en pastillas de cómoda adquisición. Hay días en que llorar debería ser la respuesta. Sólo digamos que hoy preferiría tu mano calmando la mía, un abrazo de esos que no curan pero reconfortan.
Es divertida esta forma mía de repetirme con el paso de los días, esta manía de reincidir en un tema, si, esa autoflagelación que no me lleva más que a darle vuelta a la vuelta. En fin.