Cierren los ojos e imaginen por un momento que en lugar de ir en el tráfico de los viernes por la noche, van en un barco que salió del puerto hace 10 días, a su alrededor solo está el inmenso océano. El cielo les regala un atardecer espectacular y a la hora de la cena los marinos más viejos les contarán maravillosas historias de tierras desconocidas, de largas travesías, de tormentas y hechos maravillosos.
Sin duda las historias de los viejos marinos tienen la cualidad excepcional de transportarnos. No importa si no tratan sobre hechos verdaderos, no importa si los chinos no descubrieron América o si jamás vieron una jirafa viva, lo importante es que un viejo marino nos la cuente.
Así, descubrimos animales maravillosos que viajaron miles de kilómetros hasta llegar a nuestro continente, conocimos las costumbres de los hombres que se aventuraban en travesías que les costaban la vida, accedimos a una posibilidad dentro del mar de posibilidades que conforman la historia.
El mundo es ancho y ajeno, diría Ciro Alegría. El mar, por su parte, es inconmensurable, inasible. Y del universo ¿para qué les cuento?
Sin embargo, el punto importante de todas estas magnificaciones es que ha habido hombres capaces de tomar pequeños elementos de la inmensidad para establecer rutas entre un punto A y un punto B y definir caminos que les ayudarían a encontrar maravillas inexploradas.
Sé que dicho así suena simple, pero el punto A puede ser un puerto chino y el punto B una pequeña isla perdida debajo de una estrella en el extremo del polo sur; también puede ser que sea el siglo XV y que los barcos no cuenten con equipos de navegación y que los hombres sólo sepan mirar al cielo, creo que por suerte sabían mirar al cielo.