El lunes por la noche iba rumbo al hogar cuando por ahí del periférico mi carro empezó a calentarse y sobre calentarse. Paré en la gasolinera más cercana (la esso que está en la roosevelt, frente al colegio italiano). Es una gasolinera grande y el área de “aire y agua” está algo alejada de las bombas de gasolina y de la tienda de conveniencia. Estaba ahí como a las ocho de la noche, tratando de descubrir qué le había pasado al radiador cuando se me acercó un tipo. Como señas particulares diré que tenía algo más de 50 años, sostenía una botella de cola super 24 (rellena de un líquido claro) en una mano y dos pequeños recipientes con salsa de tacos en la otra mano, vestía una camisa grande de franela y pantalón de lona y su acento tenía un dejo chicano. La única imagen en mi mente en ese momento era Carlos diciéndome por qué yo encajo perfectamente en el perfil de la víctima natural.
El señor me dijo que no me asustara, que no quería hacerme nada, que me iba a ayudar a ver qué le había pasado a mi carro. Me dijo que ahora se veía mal, pero que él antes tuvo un carro y que sabía de esas cosas. Llegamos a la conclusión de que una mangera se había reventado, así que tuve que llamar al único caballero andante que me salva en esas circunstancias, mi papá. En lo que mi querido progenitor llegaba hasta la gasolinera, don Jorge (que así se llamaba el individuo) me dijo que me iba a acompañar.
Platicamos por una hora más o menos. Me contó que vivió en Los Angeles pero que lo deportaron, que tenía familia allá pero que su esposa lo había dejado y que tenía tres hijos. En LA trabajaba en enderezado y pintura de carros y acá (porque yo sí trabajo, me dijo) pule los pisos de un supermercado. Admitió que todo lo que gana se lo toma pero reiteró que no era una mala persona puesto que algún día iba a tener que rendir cuentas de sus actos y él no tenía por qué hacerle mal a nadie. Me habló de su esposa, de cómo ella no lo iba a perdonar nunca, de cómo no iba a volver a ver a sus hijos, del mundo que dejó. Luego de eso me oí diciéndole que no se preocupara, que siempre hay nuevas oportunidades y el amor llega en otras formas (yo que media hora antes estaba despotricando contra la vida y el amor en este mismo blog).
Hablábamos de la vida, de cómo está la situación cuando llegó un motorista y me preguntó qué me había pasado, le dije lo de la manguera y que mi papá estaba por llegar, el tipo asintió y se fue. En ese momento don Jorge me dijo que me iba a dar un consejo, que no le hablara a los motoristas porque esos son los asaltantes (yo lo miraba y pensaba que me lo estaba diciendo el individuo que veinte minutos antes pensé que me iba a asaltar).
Llegó mi papá y cuando vio a don Jorge me lanzó una de esas miradas que quieren decir: mija, te van a hacer chojín, ¿qué tenés en la cabeza? Don Jorge saludó y se fue. Mi papá me ayudó con la manguera y nos fuimos.
Y si, quizás a veces la vida nos reserva encuentros con buenas personas. Gracias a don Jorge por acompañarme en mi espera.
me gusta tu historia!
gracias, gracias Zarek 🙂