Anoche estaba buscando un archivo en mi computadora y me encontré con un documento que no conocía. Lo abrí y resultó ser un cuento. Empecé a leerlo y dudé que fuera mío. Digamos que había palabras que no uso en mis narraciones. Llegué al final y lo supe. Escribí ese cuento como una variación al tema que me persigue. Me hicieron gracia los nombres de los personajes (no uso nombres de gente que conozco). Me hizo gracia la idea de huir a Japón.
Y bueno, comparto con ustedes un cuentecillo al que le puse un nombre absolutamente arbitrario que tomé de una película que estuve viendo antes de encontrar el dicho texto.
¡salú!
Su problema se reduce esencialmente a la imposibilidad de aislar y proyectar una sola imagen en su cabeza. Necesita ver el mar, cualquier mar. La ciudad prácticamente arde. Es apenas febrero y parece que los árboles van a prenderse en llamas espontáneamente. Es difícil pensar y alejarse del vapor caliente que despide el asfalto. Parece no haber sombra ni refugio en ningún lugar.
Espera un bus para ir a la universidad. Está sentada en una banca a la orilla de una calle poco transitada a esta hora. Como cosa poco común, hoy lleva puesta una falda larga y amplia, una blusa de algodón abotonada al frente, sandalias. Como cosa más extraña aún, se dejó el pelo suelto, sin el moño que acostumbra a la altura de la nuca. Todo su problema se reduce a evocar la sola imagen del mar, de un mar calmo, nada devastador.
Está sentada en una banca y espera un bus que tarda como nunca, no tiene ganas de hablar. Poco antes de salir de casa discutió con su madre. La discusión fue similar a muchas otras; cuentas pendientes de las que Sara pocas veces se hace cargo, más por olvido que por mala voluntad. La madre está suspendida del trabajo por una lesión en la espalda que le provoca un dolor intenso, un mal humor punzante e irónico, difícil de soportar sin salir herido. La mayor parte del tiempo está dormida a causa de los sedantes que le ofrecen como único alivio. Cuando está despierta sabe convertir sus pocos ratos de lucidez en un verdadero infierno para cualquiera que esté cerca.
Sara dio un portazo y se fue; al diablo con el maquillaje que tenía planeado ponerse; al diablo con el libro que estaba leyendo un momento antes y dejó abierto sobre su cama; al diablo con la vida. Hacía mucho tiempo que no lloraba por esas peleas, hacía mucho tiempo se resignaba a esa rutina. Esta vez fue diferente porque hace un par de meses la persigue una imagen constante, imborrable. La imagen de Mauricio que no le da descanso ni tregua.
Cuando lo conoció en el colegio no imaginó que algún día llegaría a obsesionarla de esa forma. Era un muchachito flaco que no se distinguía del resto. Era buen futbolista, no le importaban mucho las clases y cuando podía se iba de pinta a jugar billar. Nunca dio señales de interesarse por ella hasta que un día de San Valentín le dejó sobre el escritorio una tarjeta y chocolates y luego la rogó durante meses para ir al cine o a comer un helado o a hacer los deberes juntos, la rogó incluso para que lo dejara acompañarla a su casa a la salida. Ella permaneció inmutable todo el tiempo, jamás quiso estar con él, su madre le tenía bien advertido cada peligro de andar con los muchachos. Ella no podía permitirse un desliz que la hiciera desilusionar a su madre, los hombres no traen nada bueno.
Luego de graduase dejó de verlo, empezó a trabajar casi como un pasatiempo, luego vino la lesión de su madre, la necesidad real de trabajar y escapar de su casa. Logró entrar a la universidad estatal y ahora está en segundo año de ingeniería civil, trabaja en un video club por las noches y lleva los asuntos de la casa por las mañanas. No tiene tiempo para nada más.
La universidad no es muy distinta del colegio en cuanto al esfuerzo por pasar inadvertida. Hay pocas mujeres en la carrera, menos aún en su clase, así que ha optado por un bajo perfil, viste siempre jeans y sudaderos enormes, botas de obrero y el pelo recogido. Sara se sabe fea. Siempre ha pensado que sus facciones son demasiado duras, no es muy alta, tiene las manos pequeñas, se siente gorda, muy morena, con los ojos muy achinados y con el pelo largo y rizado que no acata órdenes ni se deja dominar.
Lleva veinticinco minutos en la parada y no pasa el bus. Deja de llorar y se siente al borde de la insolación, todo el calor del medio día está encerrado en esta cuadra, todo el calor intenta consumirla. Vuelve la imagen de Mauricio sobre la del mar que intenta proyectar en su mente. Vuelven con violencia cada uno de sus rechazos, vuelven los ojos de Mauricio después de la última negativa, la promesa de no molestarla nunca más, vuelven las lágrimas. Nunca supo por qué lo rechazó desde el primer día, por qué jamás se opuso a todo lo que su madre le decía. Ahora no puedo explicarse por qué lo necesita tanto.
Mira el reloj de nuevo, es la una de la tarde, lleva media hora esperando un bus que se retrasa inexplicablemente. Sabe que es imposible encontrarlo; una amiga le contó que se fue al lago después de la graduación y conoció a una antropóloga japonesa que quedó prendada de él y lo convenció de acompañarla en un viaje de estudio por todo el altiplano del país. La gente dice que la doctora especializada en bailes ceremoniales del mundo solo quiso llevarse un souvenir del país, pero qué saben ellos de Mauricio.
A Sara se le detiene el corazón solo de imaginar la imposibilidad de encontrarlo y pedirle que se quede con ella.
El sudor le recorre la frente, la espalda, las piernas. Empieza a creer que es mala idea ir vestida así a la universidad. Calcula que si regresa a su casa podría ducharse y cambiarse en veinte minutos y no perder más que el inicio de la primera clase, piensa que se ve ridícula así, le queda mejor su apariencia habitual. De todas formas el bus se niega a pasar y a ella ya le están dando mareos. De todas formas no ganará nada con esa pinta.
Espera quince minutos más, que el mundo se vaya al infierno. Le arde la espalda y no encuentra consuelo no logra evocar la imagen del mar, no logra sacarse de la cabeza a Mauricio, que seguramente estará en Japón con una hermosa y brillante mujer, sin enterarse de todo lo que ella siente, sin pensar por un minuto en ella. Está a punto de gritar, pero piensa que no vale la pena. Se está consumiendo en vida. Inicia el lento regreso a su casa, con suerte su mamá estará dormida, si no es así tal vez no llegue a clases. No se quedó para ver cómo tres minutos después pasó el bus, no se quedó para abordarlo y ver a Mauricio que iba a buscarla a la universidad para preguntarle por última vez si quería estar con él, antes de decidir irse a Japón con Yuriko, antes de decidir no volver a buscarla más.
Excelente cuento, me encanta como evoca el reflejo de la tristeza y la uniformidad con que pasa el día… pérfida en los sucesos y en la gran melancolía que la arrastra…>>Saludos
Hola Camus, gracias por el comentario. >>Ya ves, así son mis cuentos, tristes y con días uniformes y planos, jajajaja.>>Saludillos,
Lo que más me gustó del cuento fue la sensación de desesperación in crescendo. Realmente magnífica.>>Para cuando pasó Mauricio en la camioneta, pensé que a Sara le hubiera dado lo mismo mandarlo al infierno.>>Como que al final, nos deja en una situación en la cual ya sólo está nuestra protagonista (bueno, la tuya), mejor digamos nuestra heroína. Es su vida, y lo demás ya no parece tan importante.>>Me hizo pensar bastante, y reitero, me gustó la sensación de intensidad creciente y el ritmo de la narración.>>Saludos,>>Julio E. Pellecer S.
Hola Petoulqui, ¿cómo va todo?>>Me gusta tu interpretación del final, igual y si, es posible que Sara mandara a Mauricio al diablo. >>Gracias por el comentario.>>Saludos,
Me consumió el calor, tanto que no pude llegar al final sin beberme una chela bien fría.>Repito lo expresado personalmente, es muy grato leerla.
Aroldo, apoyo la idea de la chela, bien fría, claro.>>Gracias por darse la vuelta por acá.>>Saludos,