Hace unos días Joe decidió irse a San Francisco. Vendió su granja de tilapias y compró un boleto de vuelta a casa. Extrañaba a su familia (por primera vez en muchos, muchos años), extrañaba las calles que sus pies recorrieron hace mucho, el Golden Gate, el parque cerca de su casa.
Yo no estaba incluida en su valija, además, dicen por ahí que uno sólo conserva lo que no amarra, así que me quedo acá y comparto la carta de despedida para Joe.
– Hoy –
Hay noches en que no sueño, vos sabes, noches en que me duermo extrañándote y no logro llegar al blando lugar de nuestros encuentros nocturnos. Los días que le siguen a esas noches siempre están medio vacíos, como hoy, en que es casi la hora del café, pero llueve y no podré moverme de acá en un rato; y el murmullo de la lluvia se mezcla con la voz de Tracy Chapman, con mis ganas de verte de nuevo, con mis ganas de correr y encontrarte y no dejarte partir.
En lugar de esta madura resignación elegiría que decidieras que no podes vivir sin mí; que no te fueras a miles de kilómetros de acá; que una tarde de éstas supieras que soy the one; que cada noche con vos durara lo que duran veinticinco días seguidos.
Supongo que esta noche tampoco soñaré gran cosa. Quizás sea porque los días se me quedaron vacíos de pronto y no me bastan los consuelos y explicaciones que me encuentro en mi lado racional. Por lo pronto el corazón me ruega que no acepte tu ausencia como parte del proceso lógico de la vida, de una vida sin vos.
Me gustaría encontrarte de nuevo, que te quedaras conmigo, que me besaras en la boca y supieras que no queres besar a nadie más, nunca más.
Sin promesas, te espero.