Laberintos de silencio

17 mayo, 2017 del día

Estos días ir y venir en la bici se han convertido en una serie de ruidos, voces e intervalos de silencio. No uso audífonos porque mi relación con la música es complicada y porque prefiero tener todos los sentidos en ese camino que no dibujo con luz y oscuridad, sino con sonidos.

Por las mañanas paso por el parque Morazán y tomo la sexta avenida, esas últimas dos cuadras antes del Palacio Nacional son de silencio, son pedalear en relativa soledad, moverme en el silencio, lo más cercano a alejar de mi mente todo pensamiento y concentrarme en una sola cosa, en un solo silencio. Cuando paso frente al parque central empiezan las voces que se quedan por varias cuadras hasta que tomo alguna calle que me lleve a la 12 avenida. Ahí está ya un crecendo de motores que a veces concluye en el motor de un bus que me rebasa o que me respira en la nuca y me urge a ir más rápido, a pedalear con todo para no dejar que me alcance. En ese tramo hay bocinas y silbatos de la policía de tránsito, hay motores de moto y voces que el viento arrastra hasta que se quedan muy lejos.

Llegar a la ciclovía es la transición, cuando escucho con claridad la voz en mi cabeza que me ha acompañado todo el tiempo cuando ando en la calle, ya sea que vaya manejando, caminando o en la bici, la voz de mi papá que me dice que tenga cuidado, que me fije bien si viene un motorista o si algún carro que no puso el pidevías va a cruzar. Pienso en él cuando estoy en las rotondas esperando que pasen los carros para atravesar la calle y seguir con mi camino. Él siempre dijo que el fin del mundo le llega a cada uno cuando se muere. Su fin del mundo llegó hace ya más de seis meses y en ese tiempo todo siguió su curso, estuvimos a punto de entrar a la tercera guerra mundial, como siempre, tuvimos tragedias, alegrías, pequeños logros y muchas otras cosas de las que él ya no pudo indignarse o comentarlas o hacer chistes. El mundo siguió y nosotros seguimos siendo los mismos idiotas que repiten la historia y están condenados a la miopía, seguimos estando solos en ese laberinto que se llama planeta tierra, con aljibes y múltiples salas, solos como Asterión del cuento de Borges.

En ese tramo de la ciclovía veo a los carros de frente, llego a un retorno, paro y espero a ver algún pidevías o a predecidir si ese que viene será el carro que me haga caer de la bici. Pienso en Asterión, que se pregunta cómo será su redentor, si será capaz de reconocerlo. Él sabe que su redentor llegara, yo me pregunto si será inminente que me atropellen, el susto, el golpe, lo grave o quizás no, puedo evitarlo mientras siga atenta a lo que pasa a mi alrededor.

Quedan unas cuantas cuadras y en mi cabeza se van entrelazando otras ideas, planes, cosas que debería empezar a escribir para que no se pierdan en los laberintos de mi cabeza.