Hay días en que no importa mucho si voy o vengo, digo, hay días en que ni me entero. Sé que hoy es viernes, que no son las 3:00 a. m. y que estoy cansada. Estoy en la calle desde horas insanas, insensatas, desde antes que la luz del sol anduviera por ahí. Sé que en un rato tendré que enfrentarme de nuevo al tráfico y que no compraré libros este fin de semana (bueno, eso espero).
El fin de semana pasado tuve que desocupar la librera que se quedó en el que alguna vez fue mi cuarto en la casa de mis papás, es decir, tuve que sacar mis libros de ahí para que mi hermana tome posesión del lugar. Encontré ahí un cuaderno en el que pegaba recortes de la tira de Justo y Franco que publican en la prensa. Hace rato que dejé de coleccionar esas cosas y encontrar el cuaderno me hizo ver que a veces soy constante y necia.
La tarde se puso gris y parecierá que lloverá. Quizás con un poco de suerte logre acomodar todos mis libros en mi cuarto. Quizás con un poco de suerte la necedad y la constancia me lleven a comprender la belleza de una tarde gris, de un cuaderno que olvidamos que teníamos.