Hace un rato ella hablaba con unos amigos. Uno de ellos le dijo que ya era tarde para decirle a él que le gusta, que él está lejos y ya nada se puede hacer. La vio a los ojos y le preguntó ¿qué querés, empezar algo a larga distancia? Ella lo vio a los ojos y le dijo que no, pero que lamentaba no haberlo besado, no haberle dicho que le gustaba. En ese instante le pesaron los besos que no dio, las palabras que no dijo. Sonrió, se quebró por dentro.
Ahora intenta trabajar, intenta no pensar en él. Habla de sí misma en tercera persona. No quiere admitir en voz alta que lo extraña, que sabe que él es la persona que quiere en su vida, que necesita una oportunidad para decirle todo lo que no dijo antes. Le importa que él no lea lo que le escribe, que no se entere y, aún así, no ha decidido si alguna vez le mostrará la libreta con todas sus promesas de amor.
Le gustaría ser más paciente. Creer que él no encontrará a nadie en el mundo con quien se sienta mejor que con ella, que la elegirá, que volverá un día y le dirá “hey, veamos qué pasa si nos quedamos el uno con el otro”. Le gustaría decir que los horóscopos chinos se equivocan, que la distancia hace más fuertes los lazos. Le gustaría que él también lamente no haberla besado.