Cuando la obra termina ella me deja jugar con el botón de la radio y busco en el dial los sonidos lejanos de onda corta, raros chisporroteos y zumbidos, el ruido del océano que va y viene y el alfabeto Morse dit dit dit dot. Oigo mandolinas, guitarras, gaitas españolas, los tambores del África, lamentos de barqueros del Nilo. Veo marineros que sorben tazas de chocolate caliente en sus atalayas. Veo catedrales, rascacielos, cabañas. Veo beduinos del Sahara y la Legión Extranjera francesa y vaqueros en las praderas de América. Veo cabras que brincan en las costas rocosas de Grecia donde los pastores son ciegos porque se casaron con sus madres por equivocación. Veo gente charlando en los cafés, tomando vino, paseándose por bulevares y avenidas. Veo mujeres de la noche en los portales, monjes cantando vísperas, hasta que suena el campanazo del Big Ben: Escuchan el servicio internacional de la BBC y estas son las noticias.
Frank McCourt, Las cenizas de Ángela. Página 306
Nada mal para un niño que sobrevivió a la brumas mortales del Shannon, a los húmedos veranos y más húmedos inviernos. Que descubrió la poesía en la cama de un hospital y que tuvo que robar para darle de comer a sus hermanos menores. Nada mal para un hombre que siguió soñando y logró convertirse en un gran escritor.