Alguien me dijo alguna vez que cuando reímos no pensamos en nada; para él el momento de la risa era el único en que nuestra mente se pone en blanco, se despoja de todo pensamiento. Quizás eso sea cierto, porque incluso al momento del sueño nos acompañan algunos pensamientos y, bueno, luego llega la inconsciencia. De lo que estoy segura es que Eguchi tuvo ocasión de las más diversas y complejas reflexiones mientras observaba a las muchachas dormidas. Su sueño, su inconsciencia despertaban en él recuerdos maravillosos, anhelos, sensaciones.
La casa de las bellas durmientes nos muestra el viaje de un hombre. En este viaje él no tiene que cambiar de escenario continuamente, no tiene que recorrer los caminos inmensos de la noche, solo tiene que llegar a una casa perdida entre la oscuridad y el rumor del mar, tomar un poco de té y recostarse al lado de una joven que no lo conocerá nunca. Solo entonces le llega el momento del viaje hacia sus más lejanos pensamientos.
Hay noches en las que, sin duda, necesitamos un poco de silencio, un cama tibia y una buena dosis de recuerdos.