vientos

18 febrero, 2009 del día

Hace mucho tiempo, cuando estaba en el colegio, le dije a un amigo que me encantaría aprender a tocar el saxofón. Él, por supuesto, se burló de mí y me dijo que era imposible que yo tocara un instrumento con el que no pudiera cantar al mismo tiempo. Después de tan ilustrativa conversación, me compré una guitarra. Pasó el tiempo y no aprendí a hilar dos acordes, menos a entender un tono.

Digamos que como han pasado algunos años he aprendido un par de cosas; ahora sé que no tengo ritmo (ni oído, para el caso) y que no tengo la voz ni la actitud para cantar con mi guitarra en mano y aunque me gustaría cantar, no tengo una voz como la de Aurora (la bella durmiente) que convoca a los pajarillos del bosque a duetos inolvidables. Y ésa es sólo una de las cosas que me separan de ser princesa de cuento; tampoco fui criada por hadas, el príncipe azul no me despertará de un hechizo con un suave beso y no tengo idea de cómo se usan las ruecas.
Sin embargo, no todo está perdido, porque el paso del tiempo algo nos deja. Ahora sé que amo los instrumentos de viento, que hay otros mecanismos para transformar el aire en sonido y que existe música que no necesita de letra alguna. Quizás el saxofón no era para mí, pero doy gracias al genio que inventó los clarinetes.