Cuando leo algo de ellas

18 julio, 2013 Artículos Libros

Alguna vez pasé por las aulas de la Facultad de Humanidades de la USAC y leí todo lo que me decían que tenía que leer para sacar la licenciatura en Letras y leí algunas otras cosas más. De esos tiempos guardo algunos recuerdos arbitrarios que me vienen a la mente cuando tengo un libro escrito por una mujer y debo decidir si quiero leerlo o no. Alumnos de un año superior al que yo cursaba hicieron un seminario sobre la literatura femenina hispanoamericana contemporánea (cuyas representantes para ese tiempo eran Isabel Allende, Marcela Serrano, Laura Restrepo, entre otras) y algunas de sus conclusiones fueron que esas autoras eran feministas o decían representar al feminismo, pero siempre situaban la acción de sus relatos en la cocina o hacían que sus protagonistas fueran esposas, madres. Esa poca correlación entre el discurso y la forma de retratar a sus personajes me pareció atroz, así que me cuidé mucho de no leer a esas señoras durante un buen tiempo.

Una de esas mañanas en que salía temprano de clase fui a parar con un amigo a la Alianza Francesa para ver una documental sobre Farinelli il castrato, después de la cual tuvimos una discusión sobre las mujeres y su rol en el arte y terminamos preguntándonos si era posible que un hombre supiera mejor cómo debía ser representada una mujer. Tiempo después leí Pubis angelical, de Manuel Puig y Pájaros de playa, de Severo Sarduy y llegué a creer que ellos sabían representar mejor a los personajes femeninos que muchas de las escritoras latinoamericanas con su feminismo y todo, quizás porque supe identificarme mejor con la Siempreviva de Sarduy que con la Clara de Allende.

Muchas lecturas y muchos autores después, he dejado algunos de mis prejuicios y entro a buscar en los libros lo que las historias quieran darme. Ya no espero que un autor, solo por ser hombre, me hable sobre la naturaleza masculina, o que una mujer, solo por ser mujer, me hable de la naturaleza femenina. Ahora me dejo arrastrar por las páginas de algunos relatos, sintiendo que el autor o autora es capaz de ver un detalle en el alma humana, del que tiene que contar algunas cosas importantes. Así dejé que Laura Restrepo me sorprendiera con Delirio, que yo diría es una novela contada de forma muy femenina y por ello no me sorprende que no le guste a muchos hombres; así dejé que Carmen Matute, Denise Phé-Funchal y Lorena Flores me dijeran algunas cosas de mí misma o que Jessica Masaya me contara cómo puede haber diosas decadentes. Así dejé que Miranda July me sedujera con sus historias tan simples y tan perversas.

Si empecé a hablar de estos libros y de autoras y su visión del mundo, es porque a veces encasillamos a los escritores y esperamos que si son indígenas nos hablen de sus pueblos o si son mujeres, nos hablen sobre maternidad, menstruación y asuntos por el estilo. Contar historias es un asunto complicado, lograr el retrato de esa parte del mundo que queremos contar, convencer a los lectores para que se dejen llevar a nuestras historias o poemas es un fenómeno maravilloso, así que ahora, cuando tengo un libro en mis manos y estoy tratando de decidir si leerlo o no, le doy el beneficio de la duda, no le pido más de lo que me puede dar y lo abandono si es pretencioso y no logra mi complicidad.