De cómo la autora del blog “más depresivo” presentó su libro de poesía y al final alguien del público le recomendó leer un libro de autoayuda para resolver sus problemas existenciales.
Todo pasó ayer, en la celebración del día internacional del libro que organizó el CCE Guatemala. En el evento había varias editoriales alternativas que tenían sus libros a la venta, hubo presentaciones de libros y lecturas de poesía. A finales del año pasado Eynard Menéndez, del Proyecto editorial los zopilotes, me ayudó a publicar mi libro “Historias en tercera persona” y me invitó a que lo presentáramos en el mencionado evento. Teníamos media hora para hablar de los poemas, prosas poéticas o historias del libro o de lo que se nos ocurriera.
Yo no sé si a ustedes les pasa, pero cuando me toca hablar de mí misma o de mi trabajo, hay un fusible que se baja en mi cabeza y no puedo hacerlo en total seriedad. Me da por hacer bromas y contar detalles raros de mí, como que cuando soy mala conmigo digo que escribo para niñas cursis de 15 años o que tengo el blog más depresivo de la vida. Puede parecer incluso que no me tomo en serio o que no tomo en serio mi trabajo, pero es todo lo contrario.
Entre todos esos comentarios dije un par de cosas que considero la base de mi forma de escribir y mi motivación. Una es que las palabras me parecen fascinantes, en especial su forma de conectar a dos personas que quizás ni siquiera son del mismo tiempo o de países muy lejanos, pero que se encuentran en un libro y coinciden, encuentran respuestas, se vuelven parte del diálogo eterno de la humanidad. La otra, es que yo no escribo frases motivacionales. Yo no pretendo hablar del momento de iluminación de un personaje, más bien de los momentos comunes que pueden quedar en su memoria, de esas pequeñas cosas insignificantes que, al final, también son parte de la vida, no por hermosas sino por repetitivas y ordinarias.
El caso es que al final de la presentación una señora levantó la mano y me dijo que había notado que yo hablaba mucho de mis problemas existenciales y que me recomendaba leer “40 días con propósito”, admito que no recuerdo exactamente el título del libro. Me dijo que no tenía que leerlo todo de una vez, que podía ir poco a poco. Toda mi respuesta fue “gracias”.
No le vi mala fe a la señora, al contrario. Sin embargo, sentí la necesidad de contar la anécdota por dos razones. La primera es que es fundamental separar al autor de la obra. Una cosa es lo que escribo y otra lo que soy, que aplica para todos los autores de todos los libros del mundo. Aunque hay mucho de mí en mis textos, no son una copia al calco de todo lo que soy, a veces mucho más agria, más dura, más tajante e incluso más cómica. Si tienen mis libros no me necesitan a mí. La segunda es que si la autoayuda los lleva a la lectura es una ganancia, no se conformen con el primer libro que lean, tengan hambre de más. No se queden solo con la autoayuda, por más que les diga cuál es el propósito de sus vidas. Prueben después algo de literatura, de esa que no da esperanza, pero nos recuerda qué es ser humanos.